Yo soy aquel

La carga que nadie ve, pero en mis hombros se siente diario. Los días que comienzan y terminan con un inventario invisible: trabajos, ocupaciones, compromisos que me definen y me separan del descanso, de la pausa, del permiso de ceder. Soy aquel que no tiene margen para enfermarse más, para flaquear, para dejarse llevar por la sombra de la irritación sin máscara. Soy ese hombre solo en el centro de una ciudad, sostenido únicamente por el deber y el amor que me une a mi hija y mis padres, faros en medio de la oscura tormenta.

 

La rutina, a menudo elogiada como camino de virtud, se convierte aquí en yugo y en refugio. La disciplina y el enfoque son exigidos, no elegidos. Si me permito detenerme, las piezas que sostengo caen; si me permito la debilidad, el castillo se resquebraja. Ser buena persona no es un lujo, es la única armadura aceptable en este teatro cotidiano, aunque a veces duela y desgaste más que la soledad no elegida, sin embargo, el camino que elegí es y será ese.

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He tenido que aprender a balancear paciencia y resiliencia, que la vida no es lo que espero, sino lo que se presenta, instante a instante. El sufrimiento es común, lo enseña Buda; el destino, ineludible, lo repite Epicteto. ¿Qué elegir entonces? Aceptar, transformar, y en ese lento trabajo de todos los días, encontrar espacios en los que la ira y los cansancios es más que una chispa destructora son señales de que todavía hay algo que me importa, de que hay algo valioso que lograr o defender.

 

A veces, la única salida de este laberinto es el reconocimiento, pero no el reconocimiento del logro sino la aceptación y reconocimiento interno, detenerme y darme cuenta que tengo la mejor ayuda posible. Una lastimada hija, que, a pesar de todo, me recuerda que el futuro existe y merece alegría; unos excelentes padres, que enseñaron con el ejemplo que servir y amar es la mayor dignidad. Ellos han amortiguado mis caídas, pero el cansancio es mío, el hartazgo también, y la ira me pertenece hasta que la convierto en altura, en oportunidad de ser mejor que ayer.

 

No busco la perfección—eso no existe para quienes caminan solos bajo tantas responsabilidades. Busco solo seguir adelante, siendo consciente de que el camino es digno porque lo recorro con amor, y que, en cada momento oscuro, tengo la oportunidad de levantarme, de respirar y de reencontrar mi verdadera fuerza en esa misma oscuridad.  Solo quien conoce el dolor reconoce el placer, quien domina su luz ilumina sus sombras y viceversa.

 

Ya no tengo tiempo para arrepentirme de nada, es con todo lo que me queda que avanzo hacia lo desconocido.

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